domingo, 4 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 4.



4 1 Respondió Elifaz de Temán
2Si uno tuviera que hablarte,
no sé si lo aguantarías,
pero ¿puede uno frenar las palabras?
3Tú que a tantos instruías
y fortalecías los brazos inertes,
4que con tus palabras levantabas al que tropezaba
y sostenías las rodillas que se doblaban,
5hoy que te toca a ti ¿no aguantas?,
¿te turbas hoy que todo te cae encima?
6¿No era la religión tu confianza
y una vida honrada tu esperanza?
7¿Recuerdas un inocente que haya perecido?
¿Dónde se ha visto un justo exterminado?
8yo sólo he visto a los que aran maldad
y siembran miseria, cosecharlas.
9Sopla Dios y perecen,
su aliento enfurecido los consume.
10Aunque ruge el león y le hace coro la leona,
a los cachorros les arrancan los dientes:
11 muere el león falto de presa
y las crías de la leona se dispersan.
12Oí furtivamente una palabra,
apenas percibí su murmullo:
13en una visión de pesadilla,
cuando el letargo cae sobre los hombres,
14me sobrecogió un terror,
un temblor que estremeció todos mis huesos.
15Un viento me rozó la cara,
el vello del cuerpo se me erizó.
16Estaba en pie -no conocía su aspecto-;
sólo una figura ante mis ojos,
un silencio; después oí una voz:
17«¿Puede el hombre llevar razón
contra Dios?,
¿o un mortal ser puro frente a su Hacedor?
18Si no se fía de sus criados
y aun en sus ángeles descubre faltas,
19¿cómo estarán limpios ante su Hacedor
los que habitan en casas de arcilla
cimentadas en barro?
20Entre el alba y el ocaso se desmoronan,
sin que se advierta perecen para siempre.
21Les arrancan las cuerdas de la tienda
y mueren sin haber aprendido».

EXPLICACIÓN.

4,1-14 En esta primera rueda los amigos se dirigen a Job en tono personal, sin descuidar los argumentos reales; todavía lo exhortan, más bien que reprocharlo; si refutan sus palabras, no le lanzan acusaciones formales. Job insiste en su queja, reprocha a sus amigos, va creciendo en su deseo de entablar un pleito directamente con Dios. 

4,1 En su primer discurso, provocado por el grito de dolor de Job, Elifaz busca palabras de consuelo y de exhortación. Primero apela al pasado de Job: la coherencia consigo mismo, con sus palabras, será un fuerte motivo para la paciencia; lo disuade de acudir a un tercero, previniéndolo contra la insensatez; lo invita a confiar en Dios, protector de los desvalidos; finalmente lo invita a aceptar el escarmiento prometiéndole bendiciones. El tono es positivo, afectuoso; y si Elifaz apunta a cierta culpabilidad de Job, ésta radica simplemente en la común condición humana. 

Las fuentes del saber alegadas son tres: primero una visión nocturna, que recuerda más bien las visiones proféticas y constituye como un argumento de autoridad; pero lo que la visión le comunica no parece tan extraordinario o insondable. Después apela a su experiencia, "he visto", lo cual es típicamente sapiencial (p. ej. Sal 37); pero su caso individual no es muy convincente y en el resto, más que comunicar su experiencia personal, parece citar de memoria y sin crítica las enseñanzas tradicionales. Finalmente termina apelando a su estudio y reflexión, lo cual también es personal. 

4,2 A modo de exordio. Es común en los discursos de este diálogo que el interlocutor
justifique su intervención, con modestia, o ad hominem, o atacando. Elifaz comienza conciliador, haciéndose cargo de la situación de su amigo, aunque no del todo. 

4,3-4 El hombre capaz de ayudar a otros desde su bienestar, incapaz de ayudarse a sí
mismo en la desgracia; es el argumento "médico, cúrate a ti mismo". 

4,5 Suena por primera vez la contradicción entre teoría y existencia. Esta vez la pronuncia Elifaz, sin caer en la cuenta que Job podría retorcer el argumento: "si tú estuvieras en mi lugar". Esa pretendida experiencia de los sabios, que consiste en observar sin participar. Elifaz se acerca con la compasión sin llegar a entrar de lleno, habla desde fuera y a cierta distancia, quizá como Job antes de la desgracia. En boca de Elifaz el verso tiene un deje irónico, en la estructura del libro es un verso clave. 

4,6 En la doctrina de la retribución, la prestación humana funda la confianza y la esperanza; es confianza en los propios méritos, que Dios ha de retribuir si es justo; de lo contrario, Dios no es justo y queda en deuda con el hombre; éste podrá reclamar legalmente. A partir de este punto, Elifaz va a probar: que Dios de hecho retribuye al justo, que siempre habrá en el hombre faltas que justifiquen el castigo, que ese castigo bien llevado atraerá nueva retribución. 

4,7 Sal 37,25; Eclo 2,10. Menguado consuelo ofrecen estas palabras cuando Job ha deseado precisamente perecer, no haber sido, dejar de ser. 

4,8 Apela a la experiencia, y está citando de memoria dichos proverbiales: Os 8,7; 10, 12-13; Prov 22,8; Eclo 7,3. 

4,9 Continúa la imagen vegetal: Is 40,7; Os 13,15. 

4,10-11 Véanse Sal 7,3; 17,2; 22,14; 35, 16-17; 58,7 Y 1 Pe 5,8. 

4,12-13 Elihú apelará a una experiencia semejante 33,15-16. No está claro si es en un sueño o en el tiempo en que otros duermen. 

4,14-15 Reacción del hombre ante lo numinoso, como en Is 21,3; Dn 10,8. El viento suave y misterioso es presencia de lo sobrehumano, sea Dios o un mensajero de Dios, recuérdese la visión de Elías en 1 Re 19,12. 

4,17-18 ¿Es este mensaje tan nuevo y tan secreto? Lo repetirá Job en 9,2, Elifaz en 15,14-16, Sildad en 25,4-6. Frente a la perfección total de Dios, el hombre y el ángel son imperfectos, condicionados, nunca el Creador podrá encontrar plena e íntegra la creatura (a pesar de lo dicho en 2,3). Esto al margen y antes de la culpabilidad formal, pues se trata de una pureza ontológica. Por eso el hombre enfrentado con Dios nunca tendrá razón: véase sobre todo Jr 12,1. El autor no está pensando en un pecado original o actual, sino que en la misma condición humana encuentra la raíz de la caducidad y la muerte. 

4,19 Véanse Gn 2,7; Prov 10,25; Job 10, 9; 22,16; 33,6; Eclo 17,31; 33,10 (dominan los textos sapienciales); en el NT, 2 Cor 5,1 y 2 Pe 1,13. 

4,20-21 Sal 90,5; Is 38,12.

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