domingo, 4 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 9.



9 1Respondié Job:
2Sé muy bien que es así:
que el hombre no lleva razón con Dios.
3Aunque pretenda pleitear con él,
no le responderá de mil razones una.
4Sabio de mente, rico de fuerza,
 ¿quién le resiste y queda ileso?
5EI desplaza las montañas de improviso
y las vuelca con su cólera;
6estremece la tierra en sus cimientos
y sus columnas retiemblan;
7manda al sol que no brille
y guarda bajo sello las estrellas;
8él solo despliega el cielo
y camina sobre el dorso del mar;
9creó la Osa y Orión,
las Pléyades y las Cámaras del Sur;
10hace prodigios incomprensibles,
maravillas sin cuento.
11Si cruza junto a mí, no lo veo,
pasa rozándome y no lo siento.
12Si agarra una presa, ¿quién se la quitará?,
¿quién podrá decirle: «¿Qué estás haciendo»?
13Dios no cede en su enojo
bajo él se encorvan las legiones del Caos.
14¡Cuánto menos podré yo replicarle
o escoger argumentos contra él!
15Aunque tuviera yo razón, no recibiría respuesta,
tendría que suplicar a mi adversario;
16aunque lo citara para que me respondiera,
no creo que me hiciera caso;
17me arrollaría con la tormenta
y me heriría mil veces sin motivo;
18no me dejaría ni tomar aliento,
me saciaría de amargura.
19Si se trata de fuerza y poderío, ahí están;
pero si se trata de derecho,
¿quién me cita a mí?
20Aunque tuviera yo razón me condenaría,
aunque fuera inocente,
me declararía perverso.
21Soy inocente; no me importa la vida,
desprecio la existencia;
22pero es lo mismo -os lo juro-:
Dios acaba con inocentes y culpables.
23Si una calamidad siembra muerte repentina,
él se burla de la desgracia del inocente;
24deja la tierra en poder de los malvados
y venda los ojos a sus gobernantes:
¿quién sino él lo hace?
25Mis días corren más que un correo
y se escapan sin probar la dicha;
26se deslizan como lanchas de papiro,
como águila que se abate sobre la presa.
27y si me digo: «Olvidaré mi aflición,
pondré buena cara»,
28temo toda clase de desgracias,
sabiendo que no me absolverá.
29y si soy culpable,
¿para qué fatigarme en vano?
30Aunque me frotara con jabón
y me lavara las manos con lejía,
31me hundirías en el fango
y mis vestidos me darían asco.
32Dios no es un hombre como yo para decirle:
«Vamos a comparecer en juicio».
33No hay un árbitro entre nosotros
que pueda poner la mano sobre ambos
34y apartar de mí su vara,
para que no me enloquezca con su terror.
35Así hablaría sin miedo;
de lo contrario no soy dueño de mí mismo.

EXPLICACIÓN.

9-10 Segundo discurso de Job. Después de las razones insulsas de Bildad, especie de paréntesis irrelevante, Job avanza otro buen trecho en su camino audaz, empalmando consigo mismo. Inútil detenerse en refutar a Bildad: puede conceder tranquila e irónicamente lo que éste ha dicho y puede conceder más, y puede competir con los amigos en cantar la grandeza de Dios. ¿Qué concluye esto? Precisamente lo contrario, la crueldad de Dios. Bildad ha proclamado la justicia de Dios concebida en términos de un juez que retribuye a buenos y malos; Job lo niega rotundamente: Dios no distingue entre inocentes y pecadores cuando envía sus calamidades, y si distingue, es para dar ventaja a los malvados. Pero no es ésta la justicia que le preocupa a Job, la del juez imparcial. Cada vez más se apodera del protagonista la idea de un pleito con Dios, en que Dios sea llamado a causa y tenga que discutir y responder a Job, y tenga que reconocer finalmente la inocencia de Job. Junto a esta victoria judicial, lo demás no contará, ni siquiera su propia vida. Al mismo tiempo que la idea lo penetra, Job reconoce lo descabellado del proyecto: ¿estaría Dios dispuesto a comparecer, a responder, a dejarse vencer con los argumentos de Job? Por la fuerza, Dios lo puede; argumentando, Dios lo envuelve; ante la justicia, Dios es soberano; un intento de purificarse sería vano. Con todo, la idea del pleito persiste, y Job sueña con el imposible de encausar a Dios ante un tribunal superior. Es absurdo, y sin embargo Job compone mentalmente y pronuncia el discurso fingido que pronunciaría contra Dios (capítulo 10): es una acusación implacable, basada sobre todo en la conducta de Dios con la propia obra; acusación de malos tratos y denuncia de perversas intenciones secretas. 

En la dinámica de la obra, el lector ha de tener siempre ante la vista a Dios que mira y escucha sin que Job lo vea. Finalmente ¿da Job la razón a Satán?, ¿maldice a Dios en este discurso? En el plano de Satán no, porque éste apostaba que la religiosidad de Job era interesada, y aquí la relación de Job con Dios es más desinteresada que nunca, hasta el desprecio de la propia vida. Tampoco son sus palabras una blasfemia despechada, sino más bien expresan una terrible sed de justicia, referida en último término a Dios. Eso sí, las palabras de Job no son una bendición resignada y simple, como en el prólogo. Por debajo de la desesperación alienta la esperanza; a pesar de todo, su justicia la busca en Dios. 

9,2-4 Job da la razón a Elifaz repitiendo sus palabras (4,17). Enseguida traspone la cuestión al otro plano, el que le preocupa, el de Dios. Dios siempre tiene razón: inútil discutir, argüir, enfrentarse con él. Más grave es una razón que muchas veces no entendemos. Con todo, el hombre, como Jacob en Gn 32, no ceja en su lucha con Dios, aunque salga siempre cojeando. 

9,5-10 Breve himno en el estilo de los salmos. Es el Dios terrible de las teofanías cósmicas, que trastorna sus propias criaturas: la firmeza de las montañas, el ritmo regular de los astros. 

9,5-7 Terremoto y tinieblas se juntan con frecuencia en la teofanía: Hab 3; Sal 18; Is 13,10-13; 24; Joel 2,10; 3,15-16. Dentro del libro: 14,18; 18,4 Y el cap. 26. 9,8 Véanse Is 44,24; 51,13; Jr 10,12; 51,15; Zac 12,1.

9,9 Véanse 38,31; Am 5,8. Quizá se trate de las cámaras del viento sur, según 37,9 y Sal 78,26. 

9,10 Termina su primera parte citando otro verso de Elifaz, 5,9. 

9,11-12 De lo cósmico pasamos a lo humano, de la grandeza a la sutileza. Extraña cercanía de Dios, palpable e imperceptible, próximo e invisible. Se puede recordar 1 Re 19. Sobre el v. 12b puede verse 2 Sm 16,10 y EcI 8,4. 

9,12-13 Estas imágenes completan la visión cósmica con un aspecto desconcertante, o quizá la canalizan hacia esta aplicación irracional. Dios enojado, victorioso, prepotente. Como si Dios se burlase de la pobre teodicea humana, y el hombre tuviera que echar mano de imágenes inhumanas. 

9,15-19 Al tropezar con esta irracionalidad oprimente, Job se refugia en una serie de oraciones irreal es, como posibilidades que va ofreciendo la fantasía y que la lucidez del sufrimiento va descartando. 

9,17 Jr 23,19; 30,23; Am 1,14. 

9,18 Lam 3,15. 

9,19-20 El vocabulario es forense. Job se aplica a sí el adjetivo que en el prólogo le ha concedido el autor y Dios mismo, justo (tom). Lo terrible es que Job piensa que, para salir él justificado, tiene que salir Dios condenado; Job no sabe conciliar la justicia de Dios con la suya propia, en la situación en que se encuentra. ¿Sucede lo mismo con Dios?, ¿necesita Dios condenar a Job para justificarse?, Dios no ha retirado su veredicto, por algo que Job haya hecho; por lo que está diciendo, todavía no sabemos. Cfr. Job 40,7-14. 

9,21-24 El actuar de Dios es dejar hacer a las catástrofes ciegas y a los hombres malvados, las catástrofes naturales no distinguen entre culpables e inocentes, los malvados sí distinguen, contra el inocente. 

9,24 Lo contrario es lo que enseña el salmo 37. 

9,26 Véase Dt 28,49; Jr 4,13; Hab 1,8. 

9,27-28 El hombre hace un primer esfuerzo: de entereza, de dominio propio; pero lo vence el terror de saberse injustamente condenado. 

9,29-31 Hace un segundo esfuerzo: confesar una culpa y lavarse de ella. Todo inútil frente al tirano que ya ha pronunciado la sentencia, y que manchará a su víctima para que no se libre de la sentencia. La pobre víctima, revuelta en el fango de calumnias, acusaciones y violencias, llega a sentir asco de sí misma. 

9,32-33 Última posibilidad, también irreal. Porque Dios está a otro nivel que el hombre y no hay un tercero fuera o por encima de él. El puede llamar a pleito al hombre (Jr 2), no el hombre a él. Árbitro como en Is 2,4; Gn 31,37. 

9,34 Pero Dios parece abusar de su superioridad instaurando un régimen de terror que impide la comunicación. Su cetro de poder se convierte en vara de intimidación. 

9,36 Job hará el último esfuerzo, ya que se ha jugado la vida y prefiere la muerte: suprema victoria sobre el miedo, hablando. Ya que Dios no lo escucha, que lo escuchen los amigos y los lectores, hombres como él. Miedo-temor se refiere aquí a Dios; por lo tanto, Job, que ha afirmado su justicia (la del prólogo), reniega de su temor de Dios, entendido como miedo a hablar.

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